En medio de la suspensión del diálogo entre Gobierno y oposición y la convocatoria de comicios presidenciales por el Consejo Nacional Electoral, una noticia trascendental quedó algo opacada: las declaraciones del secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, sobre la posibilidad de sanciones contra del petróleo venezolano.
Y es que al menos desde el año pasado, en Venezuela está suelto un espanto que no es ni el Silvón y ni la Llorona. Es un hipotético embargo petrolero por parte de Estados Unidos. Probablemente a Miraflores llegó la información de que tal posibilidad es barajada por Washington y que Tillerson lo haría saber a mandatarios latinoamericanos durante su gira por la región. El propio Nicolás Maduro y otros miembros de la cúpula roja han dicho que no le temen a ningún embargo y que, en todo caso, están listos para vender a otros países el crudo que los norteamericanos compran. Pero, ¿es esto cierto? ¿Realmente qué implicaría para la economía nacional la llegada del lobo?
Alguien que manifiesta mucha más preocupación por tal posibilidad es Alejandro Grisanti, socio director de la firma Ecoanalítica. Advirtió que de todo el petróleo exportado en diciembre de 2017 y que generó caja a Venezuela, 65% fue para Estados Unidos. Esto supone unos 520.000 barriles diarios y alrededor de mil millones de dólares. Con ese volumen y los precios de la cesta petrolera actuales, el total para un año es de más o menos 11.400 millones de dólares.
Un cese completo de las importaciones de crudo venezolano por Estados Unidos supondría que todo ese ingreso se esfumaría. Grisanti estima que se trata de dos tercios de la principal fuente de divisas de la nación. Recordó que las ventas a países del Caribe se realizan en condiciones casi gratuitas y que lo que se destina Rusia y China es para cancelar préstamos.
Para el economista, las consecuencias de tal escenario serían «devastadoras». Venezuela ya se encuentra en default, por no pagar a tiempo compromisos de deuda externa. Y aunque los tenedores se han mostrado flexibles, Grisanti prevé que ello cambie en los próximos días. La pérdida de la principal fuente de divisas podría catalizar el fin de la confianza del mercado y llevar a los acreedores a exigir que se les pague.
Además, menos divisas significa menos capacidad de importar, en un país donde el aparato productivo está severamente golpeado y las compras desde el extranjero han venido bajando debido a la falta de liquidez. Resultado: escasez. Tal problema se agravaría con un embargo. Grisanti considera que sobre todo las importaciones del sector público caerían.
En cuanto a la posibilidad de remitir todo el petróleo para EE.UU. a otro comprador, el economista cree que ello pudiera chocar con escollos geopolíticos. Recordó que cuando EE.UU. y la Unión Europea sancionaron a Irán con un embargo, lograron convencer a otros grandes compradores de crudo persa (como China y la India) para que no aumentaran su cuota. Ese escenario podría repetirse en el caso venezolano.
La India es el segundo mayor consumidor de hidrocarburo venezolano y sí paga de contado. Pero cuesta creer que esté dispuesta a absorber todo aquel crudo, sobre todo cuando tiene el petróleo iraní mucho más cerca, lo que supone menores costos de traslado.
Grisanti manifestó que una sanción alternativa sería prohibir la venta desde Estados Unidos de aditivos que Pdvsa usa para la refinación del crudo nacional. Sin embargo, opinó que Venezuela podría conseguir esos químicos en otro mercado.
En conclusión, el embargo sería una medida con repercusiones serias, no solo para el Gobierno, sino para toda la población. Prepararse nunca está de más.
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