El Toque: Skatepark de Ciudad Libertad: Memorias de un Refugio Amenazado de Muerte

Convertido en una postal perfecta del abandono, el gimnasio tuvo que aceptar ser utilizado como baño,

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Cada bloque del parque presta atención cuando Arian Rendueles se impulsa sobre su patineta, asciende sin esfuerzo por una de las rampas, llega casi a tocar el típico cráneo del artista urbano Myl, pintado en la pared del fondo, y desciende con el impulso necesario para doblar el recodo y avanzar por el pasillo largo que termina en la entrada del cuarto de Kaya.

El skatepark de Ciudad Escolar Libertad, en Marianao, no es un sitio hermético, más bien está abierto por todas partes. Aun así, el sonido de las ruedas contra el suelo crea eco y se esparce por todo el lugar. Todo parece estar conectado por un sistema nervioso de concreto y cabillas. Las paredes de la planta baja vibran.

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Vibran los cráneos, los gorilas, los enmascarados, los seres amorfos y el resto de personajes de los grafitis y murales de Myl, Leandro «Sam33», Fabián «SuperMalo», Yulier P, entre otros artistas. Vibra el cartel, plasmado sobre uno de los muros, que reza: «Aquí estuvo el arte cubano».

Arian brinca y se trepa con su patineta en el murito colocado en mitad del pasillo para practicar los saltos. El sistema nervioso del parque vuelve a activarse y vibra cada rincón de lo que, en años cercanos a la conversión del Cuartel Columbia en Ciudad Escolar Libertad, en La Habana, fue un gimnasio de dos pisos y áreas al aire libre, con canchas de voleibol, básquet, zona de gimnasia, duchas, piscina, entre otras instalaciones.

Pero después, por una de esas decisiones que se toman sin razón o con razones diluidas en el tiempo, no lo fue más. No fue nada más. Entonces las paredes se humedecieron y tomaron, en sus bases, el tinte negruzco del moho; el suelo se cuarteó; crecieron yerbas por todas partes; el techo triangular, que coronaba el recinto, se desbarató, dejando solo sus pilares metálicos cada vez más oxidados; y la piscina, en épocas de lluvia, se llenó de un agua que luego se evaporó en tiempos de sequía, después volvió a caer y volvió a secarse y fue creando, en el fondo, un fango verdoso como de pantano.

Convertido en una postal perfecta del abandono, el gimnasio tuvo que aceptar ser utilizado como baño, como espacio gratis para el sexo clandestino y como puesto de observación para masturbadores compulsivos que acechaban a las personas ―muchas veces menores de edad― que pasaban caminando cerca o hacían ejercicios en el área verde del frente.

Ahora, vibra con más fuerza en el momento que Arian traspasa la entrada del cuarto de Kaya, va hasta el fondo y rueda por una de las rampas. Hay una en cada rincón.

Las paredes están repletas de obras hechas por artistas tanto cubanos como extranjeros. En una columna, el dibujo de un ángel con pelo afro acompaña el texto: «R. I. P. Kaya». En la que viene siendo la pared principal, un mural enorme muestra el rostro de Kaya sobre un fondo rojo.

Kaya fue un joven estadounidense que, en 2009, con 15 años, convenció a su padre de hacer un viaje a Cuba y donar equipamiento a los skaters de la isla. De ese viaje nació el proyecto Amigo Skate Cuba, que, a día de hoy, todavía dona muchas de las tablas y demás equipos que usan los patinadores cubanos. 

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