Abordar las desigualdades de género en los sistemas agroalimentarios y empoderar a las mujeres reduce el hambre, estimula la economía y refuerza la resiliencia ante crisis tales como el cambio climático y la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), según revela un nuevo informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
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El informe sobre la situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios, el primero de este tipo desde 2010, no se limita a la agricultura, sino que ofrece un panorama completo de la situación de las mujeres que trabajan en los sistemas agroalimentarios, abarcando desde la producción hasta la distribución y el consumo.
En el informe se destaca que, a escala mundial, el papel de las mujeres tiende a estar marginado y sus condiciones laborales suelen ser peores que las de los hombres en trabajos irregulares, informales, a tiempo parcial, poco cualificados o que requieren un uso intensivo de mano de obra. De igual forma, las mujeres que trabajan como asalariadas en la agricultura ganan 82 céntimos por cada dólar que reciben los hombres.
“Si abordamos las desigualdades de género endémicas en los sistemas agroalimentarios y empoderamos a las mujeres, el mundo dará un salto adelante en la consecución de los objetivos de poner fin a la pobreza y crear un mundo sin hambre”, afirma QU Dongyu, Director General de la FAO, en el prólogo del informe.
El estudio explica que cerrar la brecha de género en la productividad agrícola y la brecha salarial en el empleo agrícola aumentaría el producto interior bruto mundial en casi 1000 millones de USD y reduciría el número de personas que padecen inseguridad alimentaria en 45 millones.
A su vez, los beneficios de los proyectos que empoderan a las mujeres son mayores que los de los que se limitan a tener en cuenta las cuestiones de género. Los autores explican que si la mitad de los pequeños productores contaran con intervenciones de desarrollo centradas en el empoderamiento de las mujeres, se produciría un aumento significativo de los ingresos de otros 58 millones de personas y de la resiliencia de otros 235 millones.
“Lograr unos sistemas agroalimentarios eficientes, inclusivos, resilientes y sostenibles dependerá del empoderamiento de todas las mujeres y de la igualdad de género. Las mujeres siempre han trabajado en los sistemas agroalimentarios. Es hora de que hagamos que los sistemas agroalimentarios funcionen para las mujeres”, añadió QU Dongyu.
América Latina y el Caribe
En América Latina y el Caribe, los gobiernos han abordado cada vez más los desafíos relacionados a las brechas estructurales que enfrentan las mujeres rurales en el acceso a la tierra, los insumos, los servicios, las finanzas y la tecnología digital, desarrollando políticas y programas que contribuyen al cierre de las desigualdades que éstas enfrentan.
Sin embargo, las mujeres padecen más inseguridad alimentaria que los hombres en todas las regiones del mundo y la brecha se ha ampliado desde el brote de COVID-19. A nivel mundial, la brecha entre hombres y mujeres en la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave pasó a 4,3 puntos porcentuales en 2021 desde 1,7 puntos porcentuales en 2019, impulsada en gran medida por las diferencias cada vez mayores en América Latina y el Caribe, donde la brecha alcanzó los 11,3 puntos porcentuales.
Las mujeres constituyen el 36% de todos los trabajadores del sistema agroalimentario en América Latina y el Caribe, pero muestran una variación sustancial en la proporción de mujeres entre países de la región. Por ejemplo, representan el 54% de los trabajadores del sistema agroalimentario en Bolivia. En algunos países de la región, la proporción ha aumentado desde 2005: en 9 puntos porcentuales en El Salvador, 8 puntos porcentuales en Colombia y 6,3 puntos porcentuales en Ecuador.
La proporción de mujeres en la fuerza laboral agrícola es mayor o está aumentando en relación con la de los hombres en las áreas rurales con una emigración alta y mayoritariamente de masculina.
Recomendaciones
En general, el informe concluye que la reducción de las desigualdades de género en los medios de vida, la mejora del acceso a los recursos y el fomento de la resiliencia constituyen una vía fundamental hacia la igualdad de género, el empoderamiento de las mujeres y unos sistemas agroalimentarios más justos y sostenibles.
Esto implica subsanar las carencias relacionadas con el acceso a activos, tecnología y recursos. En el estudio se pone de manifiesto que las intervenciones para mejorar la productividad de las mujeres consiguen buenos resultados cuando abordan las cargas de los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados, proporcionan educación y formación, y fortalecen la seguridad de la tenencia de la tierra.
El acceso a guarderías también tiene un notable efecto positivo en el empleo de las madres, mientras que los programas de protección social han demostrado aumentar el empleo y la resiliencia de las mujeres.
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