El coronavirus está convirtiendo los placeres cotidianos en extravagancias disponibles solo para aquellos dispuestos a desembolsar mucho dinero.
Hacerse una manicura, comprar un boleto de cine, asistir a una clase de ejercicio o ir de compras; antes de la pandemia, todos estos eran pasatiempos relativamente asequibles para la clase media alta. Pero el virus ha hecho que estas actividades sean cada vez más exclusivas, disponibles a un precio elevado para aquellos lo suficientemente ricos como para disfrutarlas en un entorno privado.
¿Echas de menos ir al cine? Por alrededor de $ 350, puede alquilar un auditorio completo en Moviehouse & Eatery, una cadena de teatros de lujo en Texas. ¿Quieres darte un chapuzón? Swimply le permite alquilar una piscina privada en el patio trasero de alguien por $ 45 a $ 60 por hora, ya sea para nadar sola o para fiestas grupales.
Estas ofertas son una extensión de una tendencia anterior al virus: una cuerda de terciopelo invisible que se eleva entre los estadounidenses más ricos y todos los demás. Pero en un mundo de coronavirus, las multitudes y las líneas son más que simples inconvenientes. Son amenazas para la salud y, en algunos casos, para la supervivencia.
Ante el alto costo que está asumiendo el entrenamiento a nivel mundial, la cuestión es si en Venezuela podría llegar a ocurrir esta situación.
La hiperinflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo han causado que de por sí el consumo de entretenimiento del venezolano disminuyera. Así que ¿Es posible que este panorama de costosa diversión tenga éxito en nuestro país?
Con información del New York Times.
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