Muchos países hoy están en cuarentena para reducir la tasa de crecimiento de los casos y muertes por el COVID-19. Dados los costos astronómicos de esos esfuerzos para “aplanar la curva” de las infecciones por el COVID-19, las autoridades están bajo una creciente presión para “reabrir la economía”. ¿Pero cómo pueden hacerlo de manera segura?
Considerando que transcurre un promedio de 5,2 días entre la infección y la aparición de síntomas, y 13 días desde la aparición de síntomas hasta la muerte, si el confinamiento lograra frenar las nuevas infecciones, la cantidad de nuevos casos y muertes debería caer a cero en el lapso de tres semanas. Según esta medida, el proceso real ha sido asombrosamente lento. Italia, por ejemplo, impuso un confinamiento severo el 9 de marzo, el día en que las autoridades locales confirmaron 1.797 nuevos casos y 97 nuevas muertes. El 18 de abril, las cifras eran 3.491 y 482 respectivamente. Los italianos se están muriendo a una tasa cuatro veces más alta que antes del aislamiento.
Sin embargo, hay quienes creen, entre ellos el presidente norteamericano, Donald Trump, que es hora de relajar las restricciones. Si la curva de la epidemia es una U invertida y hemos visto un pico, lo peor ha quedado atrás, ¿no es verdad?
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Incorrecto. Y este error podría costar decenas de miles de vidas (si no muchas más) y derivar en una recesión en forma de W mucho más prolongada.
Sabemos lo suficiente sobre las “matemáticas” de la epidemia como para entender cuándo deberíamos esperar el pico del brote en un determinado lugar. El crecimiento exponencial ocurre si la cantidad de personas susceptibles infectadas por cada persona infectada es superior a uno. Esa cantidad es igual al factor R: la cantidad de personas a las que cada persona infectada transmite el virus multiplicada por la probabilidad de que la persona que recibe la carga viral sea susceptible.
El factor R previo al confinamiento en la mayoría de los países estaba más cerca de tres que de dos. Los confinamientos redujeron el factor R; cuando lo reducen por debajo de uno, la cantidad de casos y de muertes disminuye. De manera que el pico que hemos visto es el que está asociado con el factor R durante el confinamiento, no con el factor R del post-confinamiento que, sin controles, sería mucho más alto. Tenemos un pico por delante y su dimensión dependerá de lo que hagamos a continuación.
Dado el nivel de contagio del coronavirus, la única manera de superar la pandemia es que el 80-90% de la población tenga inmunidad. Esta cifra, en realidad, no es demasiado sensible al factor R. Hay dos maneras de adquirir inmunidad: enfermándose o vacunándose.
Sin una vacuna, el pico de la pandemia se produce cuando una proporción 1/R de la población todavía no ha estado expuesta. En consecuencia, un factor R de 1,5, dos o tres implica que el pico ocurre cuando el 33,3%, el 50% y el 66,7% respectivamente de la población ya haya estado expuesta.
¿Qué tan cerca estamos de esas cifras? El cálculo no es sencillo, pero en realidad estamos muy lejos, inclusive en las zonas más afectadas. El problema es que no podemos confiar en la cantidad oficial de casos, porque muy pocas de las personas expuestas al virus han sido testeadas. Por ejemplo, dividir la cantidad de casos confirmados en Italia por la población del país arroja una cifra de apenas el 0,27%.
Una vacuna es una cuestión demasiado importante como para tomarla como un evento exógeno que se deja en manos de los expertos o de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos. Muchas vidas y puntos de PIB están en juego. Los países deberían estar negociando ahora con las empresas que tienen vacunas en fase de pruebas clínicas para mostrarse dispuestos a participar en las mismas a cambio de acceso a la vacuna. Deberían estar en discusión también formas novedosas de testeos acelerados. Y los países deberían estar preparando toda la producción, empaquetado y logística necesarios para una vacunación masiva.
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Un factor R>1 conduce a una tasa de mortalidad exorbitante y a ciclos económicos de auge y caída. Fijarle meta al factor R hasta que llegue una vacuna parece ser más sensato y humano, porque salvaría vidas y, al mismo tiempo, minimizaría el daño a la economía.
Ricardo Hausmann ex ministro de Planificación de Venezuela y ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es profesor en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard y director del Harvard Growth Lab.
Tomado de www.project-syndicate.org
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