El viernes 27 de diciembre, Carolina Guerra, ama de casa de 54 años, salió a comprar queso con medio petro, la criptomoneda de la que Nicolás Maduro lleva hablando dos años. Primero tuvo suerte, dice: no le costó tanto encontrar un negocio que aceptara la nueva moneda, hizo fila y esperó su turno. Pero cuando quiso hacer la transacción electrónica, el dinero desapareció. El encargado del negocio le dijo que la compra no se había procesado, una falla común en un país con una infraestructura en telecomunicaciones tan ruinosa que el Internet, uno de los más lentos de la región, funciona en forma intermitente.
“Ni siquiera pude pedir el queso. Te hacían pagarlo primero, por si fallaba la plataforma”, cuenta ahora la mujer, un miércoles de enero, bajo el sol del centro de Caracas, mientras espera en otra fila para saber qué pasó con su dinero.
En diciembre pasado, Maduro anunció la entrega de un bono de medio petro (equivalente a unos 30 dólares, o cuatro o cinco kilos de queso) para pensionistas y trabajadores del sector público, unas seis millones de personas. Era la primera vez que los venezolanos podían salir a hacer compras con la criptomoneda que el Gobierno viene presentando como la panacea a todos sus problemas. “El petro es una maravilla y un milagro”, dijo entonces el presidente. “Es una nueva experiencia única y extraordinaria de nuestra economía”.
El anuncio impulsó una avalancha de personas que salió a tratar de comprar productos como medicinas, queso y otros alimentos con su medio petro, y se pasaron el fin de año haciendo filas en negocios. En ese furor, 1,2 millones de venezolanos —según datos del propio Gobierno— pudieron gastarlo. Pero la primera semana de enero la plataforma entró en una fase de mantenimiento obligado que iba a durar solo una semana y luego se extendió hasta finales de este mes. Las operaciones quedaron en suspenso como el dinero de Carolina Guerra.
“Los que se vayan a registrar en la app del petro vuelvan mañana porque se cayó el sistema. Hoy solo se atenderán reclamos”, les dijeron a Guerra y a los demás que hacían cola los militares que controlan el acceso a la Superintendencia Nacional de Criptoactivos, el organismo creado en Venezuela para regular el petro y el intercambio en criptomonedas, cuya marca de nacimiento es, justamente, que puedan operar al margen de las regulaciones de los Gobiernos y de los bancos. Los comerciantes que habían aceptado el petro también quedaron esperando su dinero.
Por Florantonia Singer / El País
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