Si en algún momento de la historia nacional se escuchó y pintó en cada rincón la consigna “pan, tierra y trabajo”, en la Venezuela actual la consigna que mejor describiría nuestra situación sería “CLAP, bono y chantaje”. Pasamos del país que ofrecía suelo, comida y empleo para crecer al país donde lo único que te ofrece el Estado es humillación, miseria y amenazas.
No estamos diciendo que en el pasado todos los venezolanos comían, tenían una casa y un trabajo, pero ese fue el objetivo siempre más allá que el clientelismo no sea un fenómeno reciente. Tan llamativa era la oferta que hizo venir a miles de inmigrantes a Venezuela. Inmigrantes que no nos elegían porque aquí fuéramos un paraíso sin problemas, venían porque a pesar de nuestros altos y bajos era posible construir un porvenir con esfuerzo y dedicación, según reseña un artículo de opinión de Brian Fincheltud
La oferta actual no solo no logra atraer a ningún extranjero sino que ha espantado a millones de compatriotas que se han visto obligados a irse del país buscando el pan y el trabajo en otras tierras. Porque si, el venezolano que emigra no se va porque quiere volverse rico de la noche a la mañana, se va buscando lo más básico, eso que le robaron en Venezuela y que aunque afuera no le resulta fácil conseguirlo, tiene la certeza que trabajando duro lo puede lograr.
Qué puede ofrecer un país donde ir a trabajar sale más caro que quedarse en casa, porque ningún sueldo es capaz de cubrir las necesidades más básicas y elementales que necesita un ser humano. Qué puede ofrecer un país que se vuelve cada vez más improductivo, donde se va instalando en la población la “cultura del bono”, el nuevo mecanismo de premio y castigo que ha implementado el gobierno para jugar con el hambre de los venezolanos. Qué puede ofrecer un país donde a lo máximo que puede aspirar la gran mayoría de la población es a acceder a una caja con contados productos de pésima calidad.
No culpo al venezolano por lo que estamos pasando porque hay que ponerse en los zapatos de quien ve llorar a sus hijos por hambre y el estómago le golpea como queriendo comerle las costillas. Los responsables todos los conocemos y tienen tan poco escrúpulo que se llaman a sí mismos “protectores del pueblo”. Lo que si me preocuparía es que comenzáramos a ver todo esto como normal, que las nuevas generaciones no aprendan el valor del trabajo, de lo bien ganado, del esfuerzo, del reconocimiento al mérito y debo decir que para que esto se aprenda no necesitamos del Estado que busca todo lo contrario, es deber fundamentalmente de cada familia. Si cada padre, cada madre forma en valores a sus hijos, no habrá calamidad que acabe con nuestra esencia de venezolanos y sobre todo, no habrá reconstrucción imposible para este gran país.
Brian Fincheltud